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La igualdad y la corresponsabilidad pasan por la jornada laboral máxima de 35 horas semanales

Recientemente, Felipe González declaraba en la Cadena Ser que este es el siglo de las mujeres, el mayor yacimiento de talento aún desaprovechado. Añadía que la productividad aumentaría con jornadas más cortas. Lo explicó con un ejemplo: «Si yo fuera un empresario que pudiera producir durante veinticuatro horas, me vería enfrentado a decidir entre dos turnos de 12 horas, tres turnos de 8 horas o cuatro turnos de 6 horas. Pues bien, lo más productivo, y lo que yo elegiría, serían 4 turnos de 6 horas».

Parece muy racional el planteamiento, y especialmente importante para las mujeres, para la igualdad y para la corresponsabilidad. De hecho, aún más racional es lo que ya explicaba  Alva Myrdal hace casi un siglo: supongamos una pareja en la que uno de los miembros (en general el hombre) tiene una jornada laboral de 45 horas a la semana y el otro (en general la mujer) no tiene empleo. Si esa mujer se incorpora al empleo y la jornada legal máxima se reduce a 35 horas semanales, esta pareja aportará 70 horas semanales en lugar de 45.

Las ventajas de una reducción de la jornada máxima legal a 35 horas semanales (y de la eliminación de los incentivos a la contratación a tiempo parcial) son múltiples.

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María Pazos Morán  en eldiario.es

El espíritu del compromiso social

Escribí este artículo sobre la película Es Espíritu del 45, de Ken Loach, y aquí está, Público lo publica hoy, aunque han decidido darle otro nombre:

O socialismo o barbarie

03nov 2013

María Pazos
Autora del libro “Desiguales por Ley”

Desde que vi la película El Espíritu del 45, no pasa un solo día sin que la recuerde varias veces, la recomiende o piense en escribir sobre ella. En este documental, Ken Loach nos retrata dos momentos históricos, los compara y los contrapone.

El primero de estos momentos se sitúa en el Reino Unido, año 1945, cuando se dieron las circunstancias sociales y el liderazgo político para un vuelco a la política social y económica. El guión parecía estar escrito; ganaría las elecciones Churchill, a quien todo el mundo consideraba como el libertador de Europa frente al nazismo. Sin embargo, contra todo pronóstico, la población “desvió” la vista a un partido que consiguió ilusionarla con un programa de reformas radicales a favor de la mayoría de la población y naturalmente en contra de los grandes capitalistas, los dueños de las minas, de los ferrocarriles, de la banca y en definitiva del país.

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