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La mala cabeza del Ministro Gallardón

Suscribo las palabras del Ministro de Justicia ayer en el Congreso: ‘pienso en el miedo a perder un empleo como consecuencia del embarazo’. No es un gran descubrimiento pero ¡qué bien que piense en ello! Se le agradecería la comprensión al Sr. Ministro si 1) facilitase el aborto a todas las mujeres que tienen ese miedo tan comprensible y fundado; y 2) ayudara a poner condiciones para que todas las mujeres empleadas pudieran tener criaturas sin necesidad de dañar su empleo, de tal forma que ese miedo se redujera (ya sabemos: universalización de la educación infantil, permisos iguales e intransferibles, las 35 horas semanales, etc etc…). Con estas dos condiciones disminuirían los abortos y aumentarían los embarazos deseados. O sea, si fuera verdad, todas las personas tan contentas.

Porque, si vamos a ver, en teoría tenemos muchísimos puntos de acuerdo: no nos gustan los embarazos no deseados y nos encantan las criaturas. Además, el miedo a perder (o a no adquirir) el empleo como consecuencia de la maternidad (real o hipotética) afecta a todas las mujeres, madres o no. Así que todas esas facilidades para compatibilizar maternidad con empleo de calidad son urgentes; cuando se hagan realidad podremos empezar a hablar de igualdad en el empleo.

Pero claro, el Ministro no razona así. Él razona: obliguémoslas a tener esos hijos que lógicamente no quieren tener. Como tienen miedo de tirarse a la piscina, empujémoslas. Esto no se lo ha inventado él: es el principio rector de las políticas llamadas ‘natalistas’: impidamos a las mujeres el acceso a la educación, al empleo, al aborto, a las libertades civiles, porque si acceden van a abandonar su función suprema que es la maternidad (el Ministro lo llama ‘derecho’). El problema es que ese viejo razonamiento no funciona, y resulta que en los países más tradicionales es donde menos criaturas nacen. De hecho, los países con mayores tasas de fecundidad de Europa son los países nórdicos, que es donde las mujeres no tienen que abandonar sus puestos de trabajo si deciden tener criaturas; y donde pueden abortar con todo tipo de garantías si no desean ser madres.

Tampoco la lógica del Sr Ministro es nueva. Todos los retrocesos y las barreras a la igualdad se han argumentado ‘por nuestro bien’: la resistencia al voto, la prohibición de muchos tipos de trabajos, la reclusión en el hogar… todito ha sido siempre ‘por nuestro bien’. Lo que es nuevo, al menos cuantitativamente, es cómo el  Ministro se apropia de nuestro discurso, creyendo que así nos deja sin contestación (ni siquiera considero la posibilidad de el dislate sea producto de su forma habitual de razonar; me consta que tiene facultades intelectuales suficientes). Es lógico que nos saque de quicio, porque efectivamente excede de todos los límites del pudor y del respeto a sí mismo.

¡Qué hacer? Lo primero: respirar conscientemente para no permitir que aflore la rabia, porque la rabia no permite pensar claramente ni actuar con eficacia. Lo segundo: no desmoralizarnos, porque como dice Consuelo Abril, “el Ministro se ha metido en un jardín”.  Estas posturas tan burdas se desprestigian por sí solas. Yo creo que, efectivamente, el Ministro ha metido un gol en su propia portería. Y, aunque nada está ganado y hay que seguir luchando, Gallardón tiene aún más difícil que ayer la aceptación social del retroceso enla Leydel Aborto que prepara. Todo por su mala cabeza.

¡Feliz ocho de marzo, nos vemos en la manifestación!

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Comentario

  1. Abandonado el trasnochado, catolicorro y represor supuesto de que la única finalidad de las relaciones sexuales es la procreación, un embarazo no deseado no es más que un accidente de la naturaleza que tiene lugar en el ejercicio de disfrute de la propia sexualidad compartida. Y a fecha de hoy, ningún método anticonceptivo ofrece garantía absoluta de poder librarnos del acaecimiento de tales accidentes.

    Quienes defienden que, pese a todo, el aborto es un crimen y debemos cargar con las consecuencias de ese accidente, sólo pretenden imponernos su visión de la vida como valle de lágrimas y estigmatizar el libre uso de nuestra sexualidad. “Aquí hemos venido para sufrir, carga con las consecuencias de tus actos”, nos espetan, sin tener en cuenta que esos actos pueden haber sido plenamente responsables y haber obrado consecuentemente con la intención de evitar un embarazo. “Haberte abstenido”, replicarían a nuestra respuesta, “ahí no puede haber accidente alguno”, tratando de inocular en nosotras un sentimiento de culpa por habernos desviado de nuestro destino “natural” como madres y criadoras de hijos. Por haber hecho uso de la sexualidad con el mero fin del placer o del amor.

    Le diría al señor Gallardón que muy fuera de la realidad se encuentra cuando cree que las mujeres sólo abortan por miedo a perder su trabajo. El no-deseo de ser madre es un no-deseo muy poderoso que tal vez gente como él considere otro error de la naturaleza. Otros lo consideramos como un rasgo de la condición humana, empeñada desde el momento mismo de su nacimiento allá por la prehistoria en saltar por encima de sus condicionantes biológicos. El mismo empeño que nos lleva a ponernos lentillas en caso de miopía o a querer curar un cáncer en lugar de someternos al destino de la caprichosa naturaleza.

    Quien no comprenda ese no-deseo, al menos que lo respete. Porque sólo sobre la base de ese respeto a aquello que en los otros no comprendemos es posible la convivencia social. Y legítimo reclamar el respeto a la propia libertad de elección desde el momento en que optamos por respetar la libertad del resto.